
Si estás leyendo esta información, parto de la base que consideras que en algún punto más o menos significativo hay una relación entre la alimentación y el estado emocional. Realmente, claro que existe esa relación, pero en principio ni es positiva, ni negativa, dicha asociación, pero sí, muy interesante, ya que conociendo el origen sabemos utilizarla para nuestro beneficio y de esto dependerá el que para algunos sea algo estresante y negativo sin saber cómo manejarlo y para otros todo lo contrario.
Podemos empezar por varios aspectos, pero me gustaría comenzar hablando de las emociones, ya que tienen gran protagonismo en esta lectura.
¿Qué son las emociones en sí? Tenemos miles de definiciones, pero me gusta definirlas como: “Todas aquellas reacciones afectivas, que generan de manera automática una acción, un pensamiento, un cambio a nivel fisiológico, neurológico y endocrinológico. Provocando a corto y largo plazo patrones de conductas, que nos ayudan a relacionarnos con nosotros mismo y con nuestro entorno.”
Mencionemos algunas de ellas, las más básicas: alegría, tristeza, miedo, vergüenza, ira y seguiríamos, ya que hay tantas emociones como estímulos existan. Una vez activadas estas emociones traen consigo un ritual de estados de ánimo, pensamientos, conductas, etc. Es aquí, dónde podemos hablar de condicionamientos, patrones y creencias.
Ahora, lanzo las preguntas siguientes… ¿Quién ha tenido estrés o ansiedad alguna vez? ¿Cómo lo definiríais? El estrés no es más que una tensión física y mental. Una respuesta automática ante situaciones externas que percibimos como amenazantes o que demandan atención.
Sería buen momento para hablar del típico ejemplo de ir caminando por el bosque y encontrarte una serpiente o un trozo de cuerda, algo dudoso para que tu cerebro, de manera automática genere un mecanismo de defensa básico como la huída o el escape (Salir corriendo). En ese momento tu sistema límbico (amígdala, hipocampo…) se activa provocando una reacción de movimiento para salvaguardar las supervivencia que es el objetivo de cualquier acción, prácticamente.
La emoción que se expresa es miedo, a nivel fisiológico, el cuerpo se prepara para dar una respuesta de movimiento lo más rápido posible (sudoración para ventilar, dilatación de las pupilas para agudizar la visión, aceleración de la frecuencia cardíaca, para una rápida circulación (oxígeno) que facilite el movimiento). A nivel neurológico segregamos noradrenalina, Adrenalina, norepinefrina y dopamina entre otros neurotransmisores. A nivel endocrinológico se libera cortisol. En cuanto a nivel psicológico creamos condicionamientos y creencias de que salir por el bosque puede ser peligroso, etc.
El estrés en sí mismo no es “malo”, ya que de alguna manera nos impulsa a que consigamos objetivos (salir con vida de ese bosque, rendir de manera óptima un examen, alguna actividad física, etc.). Nos genera un nivel de alerta (atención, percepción…) eficiente, pero hay que ser consciente y saber manejarlo. Un estrés no gestionado de la manera más adecuada, puede dar lugar a que una respuesta fisiológica adaptativa se prolongue y a largo plazo podríamos estar hablando de trastornos físicos, psicológicos en dónde las diferentes áreas de nuestra vida se verían afectadas.
Para un mejor entendimiento hablaré brevemente de las fases del estrés:
-
- Fase de alarma o huída: en la que nos preparamos para producir el máximo de energía. Nuestro cerebro crea y emite señales a todos los niveles. Cuando el “peligro” pasa el cuerpo se relaja o bien puede seguir estresado y se pasaría a la siguiente.
-
- Adaptación: Creamos una resistencia. Nos comportamos como si la situación no hubiese finalizado. Incluso nos sorprendemos de nuestra reacción, ya que no le vemos sentido. Nuestro cuerpo intenta volver al estado de relajación, pero sigue en alerta hasta que el cuerpo llega a la siguiente fase.
- Agotamiento: Aquí el estrés ya se hace crónico, dependiendo del sujeto y su situación y cada vez notará más debilidad y de ahí los trastornos psicológicos y emocionales (Ansiedad, depresión, etc.), trastornos físicos (insomnio, úlceras, gastritis, etc.)
Ahora nos toca hablar del hambre para poder relacionar todos los conceptos. Vuelvo a lanzar otra pregunta… ¿Hambre y ganas de comer son sinónimos?
Como mucho de vosotros/as ya habrá adivinado, ¡No!, no es lo mismo. Os dejo una tabla para que os ayude a observaros y saber qué es lo que os está diciendo el cuerpo.
HAMBRE FISIOLÓGICA |
HAMBRE EMOCIONAL (ganas de comer) |
Es gradual | Es repentina |
Puede esperar | Es urgente y “necesaria” |
Abierta a varias opciones (puedes comer lo que sea, que te sacia) | Comidas específicas |
Saciedad | No sacia |
No genera sentimientos negativos o de culpa | Genera culpa, vergüenza o tristeza |
Para el hambre fisiológica cualquier alimento cubre la función y sacia. Para seguir hablando del tema tengo que mencionar la palabra apetencia, que no es más que la valoración en cuanto a gustos y sabores que nos pueden atraer de mayor a menor medida en base a los alimentos que tenemos disponibles en un determinado momento. Con lo cual, la apetencia nos hace elegir que alimento prefieres o cómo lo quieres a partir de lo que tenemos.
La apetencia es muy importante, para ser creativos en la cocina, incluso para sentir la comida como un placer y un disfrute. Por lo tanto, el hambre fisiológica y la apetencia van unidas. Por eso, cuando tenemos hambre comemos alimentos que nos gustan disfrutando de ese momento siempre y cuando podamos, y esto es algo positivo y beneficioso.
Cuando hay problemas emocionales, es decir, emociones mal gestionadas (discusión con la pareja, con el jefe/a, frustraciones…) el hambre y la apetencia se disocian y dejan de funcionar juntas. Entonces sentirás hambre, comerás y te saciarás, pero también sentirás por otro apetencia o unas ganas irrefrenables de comer, sabiendo que quizá acabas de terminar de comer o cenar hace poco, pero no importa, harás lo imposible por probar algo y mientras más intentes frenarte, mayores serán esos deseos de comer, y para ser más exactos, comer determinados alimentos, porque en estas circunstancias no todos valen. Llegar a la saciedad es complicado.
Si has leído hasta, y te sientes identificado/a, no te preocupes. Lo que te ocurre es mucho más común de lo que puedes pensar y tiene solución. Te voy a describir la explicación del ¿Por qué? De este vínculo para entender mejor confrontarlo.
Desde pequeños hemos aprendido a comer de forma emocional. Es decir, creando vínculos afectivos placenteros con la comida. La primera de todas se da, desde el momento en que nacemos, nos amamantan nuestras madres a la vez que nos regalan todo un ritual de caricias, palabras melódicas y besos infinitos.
Desde ese preciso instante nuestras bases y relación con la comida comienzan a construirse y surgirán los famosos condicionamientos. A medida que vamos creciendo, aún, siendo niños/as, nuestros adultos nos irán premiando con golosinas, dulces, chocolates, pizzas, helados, etc. Todos aquellos logros o buenos comportamientos que vamos ejecutando (examen aproado, comerse toda la comida, contestar de la manera adecuada, aprender a hacer pís…) y a la vez seguirán esos besos cálidos, esas palabras de amor, etc. O también castigarnos por no cumplir alguna norma y dejarnos sin postre, por ejemplo.
No podemos olvidarnos que también aprendemos que todas las celebraciones sociales (cumpleaños, navidad, fin de semana, etc.), las hacemos rodados/as de nuestros familiares y seres queridos con comida alrededor. Nuevamente se sigue vinculando ese afecto y amor por nuestra familia con comida y sin darnos cuenta nos sentimos tan bien y tan “premiados/as” en esos momentos que nuestro sistema límbico (amígdala, hipocampo, etc.) se encarga de recordárnoslo en los momentos que sea necesario.
Por lo tanto, a la comida se le da un significado emocional, además del fisiológico y es protagonista cuando nos sentimos bien. Asociamos la comida a emociones o momentos positivos concretamente el neurotransmisor Dopamina, es un fiel mantenedor de este vínculo entre otros.
Con lo cual, cuando nos sentimos mal, frustrados/as, tristes, enfadados/as estresados/as, ansiosos/as por cualquier situación que no sepamos muy bien cómo gestionarla y confrontarla con estrategias adecuadas, recurrimos a la comida, como estrategia aprendida desde los inicios de nuestra vida.
Entonces es la comida, nuevamente la protagonista, que nos hace sentir bien, calmados, etc. Y elegimos los alimentos que solemos comer en los momentos que desde pequeños/as nos condicionaron con ese significado (galletas, dulces, pizza…) y así retrotraernos a esa emoción positiva. Realmente, porque lo que buscamos es sentirnos bien y “premiarnos”, después de un día duro en el trabajo, discusión con la pareja, familiar o con nosotros mismos/as (nuestras propias frustraciones).
He de decir, que hay alimentos que ya nos hacen sentir bien como el chocolate, debido a la teobromina que es el estimulante, pero, aún así, recurrimos a la comida por una emoción o varias mal gestionadas. Esto no soluciona nada, es un parche que a corto plazo puede reconfortar, pero nuestro conflicto sigue y seguirá hasta que no se gestione de la forma adecuada. La comida es la opción más fácil, rápida y la única aprendida que nos ayuda a liberar o desplazar esa tensión emocional.
Sabiendo todo esto y teniéndolo en cuenta, podremos ir haciendo poco a poco el entrenamiento de descondicionamiento o de tomar el control de nuestras propias emociones (entenderlas, darle su espacio, gestionarlas…) y a medida que lo vayamos haciendo, empezaremos a notar la diferencia, sintiéndonos mucho mejor sin tener que castigarnos ni dejar de disfrutar.
Si te ha interesado esta lectura, te recomiendo para completar información mi página de alimentación y salud, donde dejo periódicamente recetas específicas con ingredientes que ayudan a lograr este proceso, ya que mejoran la inestabilidad emocional y la ansiedad (hablando de niveles básicos que el propio día a día te pueda generar).